Sobre mí

- Silvia Arenas, CEO -
De pequeña, tuve la suerte de crecer en un lugar con un crisol de razas de diferentes países y aunque no te lo creas, eso era y es la Costa del Sol.
Nunca me pareció raro que mi vecina Katrina fuera finlandesa o que una de mis mejores amigas fuera natural de Múnich.
Aprendí desde los tres años el alemán, que era el idioma de mi cole, el Colegio Alemán de Marbella.
Me encantaba estar allí, aunque me llevara más de una hora ir y otra volver en las épocas en el bus (tampoco era para tanto, cuando empecé a tener deberes los hacía en el trayecto y luego podía dedicarme al tenis, que era otra de mis pasiones).
Cuando tenía 11 años cumplí uno de mis sueños, hice mi primer viaje fuera de España.
Mi abuela, que era una auténtica joya adelantada para su tiempo, decidió que fuéramos a ver a mi tía, su hija, que vivía en Friburgo.
Ella no se manejaba con el alemán, así que me invitó a acompañarla y así hacer de «traductora«.
En la ida estuve traduciendo orgullosamente todo lo necesario y llegamos estupendamente hasta la casa de mi tía.
Pasamos unos días estupendos en familia y además me pude poner morada a apfelstrudel.
Pero a la vuelta fuimos por la parte francesa de Suiza, la gente hablaba un idioma rarísimo, que me sonaba muy forzado y que no podía comprender.
Eso me impactó.
Cuando llegamos al aeropuerto hubo algún problema.
No sé si eran los billetes o el señor tenía ganas de contarnos lo que había desayunado, sólo sé que estaba muy frustrada por no entender nada.
Pensaba que estábamos perdidas y que no podríamos volver a España.
Pero mi abuela, que ya he comentado que valía más que el Congo belga, empezó a hablar en francés sin parpadear, y eso que mi abuela parpadeaba constantemente.
Me quedé muda, admirando a «Bubu» (que siempre le decía con cariño) que iba a sacarnos de ese sitio de bárbaros y llevarnos felizmente a casa.
Durante la vuelta me contó que de niña había ido a un internado francés en Cestona y era claro que se defendía muy bien.
La verdad es que me sentí inútil, perdida en un idioma que no tenía sentido.
Tanto fue así que según llegué a casa, me puse muy tozuda para que mis padres me metieran en clases de francés y que jamás me sintiera desolada en otro país.
Gracias a esta pasión por los idiomas y curiosidad por otras culturas he podido viajar y comunicarme sin fronteras por todo el mundo.
Estudié Ciencias Empresariales Internacionales en ICADE (Madrid), y ESB Business School (Reutlingen).
Fue una experiencia impresionante que marcó mi siguiente rumbo después de trabajar en KPMG, donde me sentí fuera de lo que mi corazón sentía.
Así que, en cuanto pude, me fui a hacer mi segunda carrera, Traducción e Interpretación, en la Universidad de Granada.
La cual me encauzó en lo que hoy es la empresa que fundé hace ya casi dos décadas.
Pero no sin antes pasar por la Universidad de Beijing, donde disfruté de una inmersión total en la cultura china.
Mi pasión por el kung fu era tan grande (llevaba varios años practicando firmemente) que el ICO me ofreció una beca para estudiar en la mejor “uni” de China.
Después, me quedé un año más hasta que me sobrepasó la locura de la sociedad china, fenómeno conocido entre los expatriados y llamado «pekinazo» y me volví a España.
Allí se originó lo que a día de hoy es Learndix Language Experts.
Colaboro con más de trescientos profesionales en idiomas: traductores, intérpretes, coaches, profesores y aupairs. Con grandes expertos en cada sector.
Tenemos sede en Madrid, Málaga y Frankfurt, solucionamos retos lingüísticos para el mundo entero.
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Learndix nació del sueño de unir culturas.
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